jueves, 23 de febrero de 2012

EL "MALTRATO ESPIRITUAL" Y LOS ABUSADORES DE CONFIANZA

¿Puede maltratarse el espíritu? Posiblemente lo intangible sea no-dañable. Pero sí es dañable el psiquismo de cualquier persona. Y el daño ejercido en nombre de la espiritualidad es un fenómeno que necesitamos conocer y difundir en épocas de tanta confusión como la que estamos transitando. 

Seudo-maestros, “gurúes” y “guías espirituales” detodo tipo se adjudican el derecho al maltrato como parte de su estrategia para “bajar el ego” del aspirante, o bien de “saber verdades reveladas” sobre la interioridad de quien tienen enfrente. Hoy conocemos el resultando de esas prácticas: la amputación de la identidad del buscador, un actitud autodepreciativa, y una dependencia desafortunada respecto de los dictámenes de esa figura de poder.

El ejercicio de la espiritualidad requiere no descuidar que la salud psicológica; la dependencia, el sometimiento y la pérdida de criterio propio nunca son saludables! Cuando la persona que tiene un anhelo de búsqueda se somete al maltrato, al dogma, a la creencia incuestionada o a la rudeza en nombre del “aprendizaje espiritual”, transita consecuencias muy severas para su identidad. Y posiblemente la más grave de las situaciones sea cuando quien la padece ni siquiera se da cuenta de que está en serias dificultades: lo considera no sólo como “normal”, sino como una condición para su “progreso espiritual”. Recién cuando se sale de ese hechizo se comprende lo que significa el abuso de confianza que ejerce quien se yergue en ese lugar de “saber insondable”.

¿A quién otorgamos la autoridad de vapulearnos “para despertar”? ¿A quién para que nos diga qué grado de “iluminación” tenemos o dejamos de tener? ¿A quién para que le reconozcamos como “esclarecido” porque un día amaneció y “abrió un canal de Conocimiento”? El anhelo de hallar modelos más la imaginación que toda persona sensible suele tener muy activa, ambos producen estragos en nuestra percepción; las consecuencias pueden ser muy dolorosas. En los consultorios psicológicos vemos a menudo personas hondamente traumatizadas por haber pasado por esta situación. (Sin embargo, lo recalco, las más dañadas son las que aún están en ella y no se dan cuenta ni piden ayuda!)

Cuando delegamos autoridad ciega sobre un guía se da una proyección de la Sombra Dorada. Así lo describía Jung: la adjudicación masiva de cualidades maravillosas a una figura que oficia de “pararrayos” de esas proyecciones (cualidades que pertenecen, en realidad, a quien las proyecta, pero que no puede aún asumir como propias). Es más: se produce algo conocido como “efecto halo”: a partir de una rasgo, un gesto, se idealiza al otro, endiosándoselo. Esto empobrece psicológicamente al que lo vivencia, quien queda preso de una ilusión. La tarea honesta de quien eventualmente oficia de guía para algo puntual y sensato (el terapeuta, el instructor de Yoga o de Meditación, el sensei de Aikido o lo que fuere) es no aceptar esa adjudicación de atributos, ayudándole al proyector a que se dé cuenta de lo que le pasa, y no se desempodere. No es eso lo que sucede con los “iluminados” de turno, a quienes les encanta adornarse con esas proyecciones (fenómeno que en esta psicología se conoce como inflación del Ego). Peligro!! Alerta rojo!! Un llamado a la capacidad de pensamiento crítico para salir de esa jaula... ¿Quiénes somos, más allá de lo que nos “lea” el otro? ¿A quién tenemos enfrente? ¿Con qué fundamentos se constata lo que nos dice? ¿Cómo es su vida personal, su manejo de lo económico, su trato directo con todas las personas? Tenemos derecho a saberlo en vez de entregar nuestra confianza sin discernir.

El cuidado de sí es parte del camino del espíritu: somos portadores de una porción del Todo. ¿Cómo permitir que cualquiera determine el camino de eso que nos anima? Y en cuanto al propio Ego de principiante... querer “trabajarlo” desde la rudeza resulta (como dicen en Oriente) “como querer hacer callar un perro a palos” (terrible imagen!). Neurosis, represión, trastornos psicológicos de toda índole... Vacunémonos contra el virus de los “guías espirituales” que contaminan con su obrar, y contra cualquier maltrato en nombre del crecimiento. La vacuna se llama RESPETARSE A SÍ MISMO.