miércoles, 4 de febrero de 2009

de ellos los golpes siempre renovados de la incomprensión y la discordia, con escasas
posibilidades de auxiliar y de auxiliarse.
Ha vislumbrado a la Majestad Divina en los Cielos y reconoce en sí mismo la pobreza
infinita de la Tierra.
Tiene el cerebro inflamado de gloria y el corazón invadido por la sombra.
Se enorgullece ante los espectáculos magníficos de lo Alto y padece las miserias de aquí
abajo.
Desea comunicar a los demás cuanto ha aprendido y comprendido al contemplar la vida
ilimitada, pero no encuentra oídos que lo entiendan.
Advierte que en la Tierra, el Amor es aún tan escaso como la alegría que pueden
proporcionar los oasis cercados.
Y cuando corta el eslabón que lo sujeta a la miserable familia humana, el hombre que
abre los ojos a la grandeza de la Creación, deambula por el mundo como un viajero
incomprendido y desubicado, como un peregrino que no tiene patria ni hogar,
sintiéndose al mismo tiempo como un infinitesimal grano de polvo dentro de los
Dominios Celestiales.
Sin embargo, en ese hombre se está ampliando la acústica del alma y a pesar de los
sufrimientos que lo afligen, las Inteligencias Superiores están edificando sobre él los
cimientos espirituales de la Humanidad Nueva.