miércoles, 4 de febrero de 2009

DEFINIENDO RUMBOS
En verdad, amigo mío, en el Espiritismo habrás encontrado tu renovación mental.
El fenómeno mediúmnico habrá modificado tus convicciones.
Seguramente, las conclusiones filosóficas han alterado tu visión del mundo.
Ahora admites la inmortalidad del ser.
Sientes la excelsitud de tu propio destino.
Pero si esa transformación de la inteligencia no eleva tu corazón mediante el
perfeccionamiento íntimo, si los principios que abrazas no te ayudan a que mejores tu
comportamiento en relación con nuestros hermanos de la Humanidad, ¿para qué te sirve
el conocimiento? Si una fuerza superior no educa tus emociones, si la cultura no te
conduce hacia la sublimación del carácter y del sentimiento, ¿qué haces con el tesoro
intelectual que la vida te confía?
El intercambio con los habitantes del mundo espiritual no tiene valor si solamente
satisface un capricho.
La asombrosa manifestación de lo que no es habitual puede carecer de sustancia.
El ventarrón impetuoso que con potente alarido barre el suelo, frecuentemente genera el
desierto, mientras que el río silencioso y simple garantiza la existencia de la selva y la
ciudad, de los hogares y los rebaños.
Si buscas tomar contacto con el plano espiritual recuerda que la muerte del cuerpo no
nos transforma en santos. Más allá de la tumba hay también sabios e ignorantes, justos e
injustos; corazones en el cielo y conciencias en el purgatorio, dependencia del infierno...
Las incursiones en lo desconocido requieren conductores.
Cristo es nuestro Guía Divino para la conquista santificante del Más Allá.
No te apartes de Él.
Registrarás sublimes narraciones referidas a lo infinito a través de la palabra de los
grandes orientadores, oirás muchas voces amistosas que lisonjearán tu personalidad,
escucharás novedades que te transportarán al éxtasis; sin embargo, solamente con Jesús
mediante el Evangelio bien vivido, habremos de corregir la estructura de nuestra
personalidad eterna para la sublime ascensión hacia la Conciencia del Universo.
Estas páginas modestas constituyen un llamado a que congreguemos nuestras fuerzas en
torno de Cristo, nuestro Maestro y Señor.
Sin la Buena Nueva nuestra Doctrina Consoladora será probablemente, un hermoso
conjunto de estudios e indagaciones, discusiones y experimentos, reuniones y
asambleas, alabanzas y admiración, pero la felicidad no es el producto de deducciones y
demostraciones.
Busquemos, pues, en el Celeste Benefactor, la lección de la mente purificada, del
corazón abierto a la verdadera fraternidad, de las manos activas en la práctica del bien; y
el Evangelio nos enseñará a encontrar en el Espiritismo el camino de amor y luz para
alcanzar la Alegría Perfecta.
EMMANUEL
Pedro Leopoldo, 10 de junio de 1952.